martes, 7 de noviembre de 2017

El agua no está tan fría.

A veces en la vida se te cruza un instante en que todo puede cambiar. O no. Instantes en que la decisión y la duda se baten en un duelo a muerte.
¿Habéis estado alguna vez a punto de tiraros a una piscina y os habéis parado a mirar el agua? Por un período pequeñísimo de tiempo, tu cerebro está evaluando si el agua estará fría o no y durante ese momento también decides lanzarte, aunque no seas consciente de ello. Pero si dudas demasiado, te echas atrás.
Eso es lo que quiero decir. A veces el destino te lanza llaves para abrir puertas que te desvían de tu camino. Y tú coges la llave al vuelo o la dejas caer. No es mi intención ponerme metafísica pero es que la metafísica me encanta. Siempre he creído que las puertas no aparecen por casualidad y que tú eliges y al mismo tiempo no eliges abrirlas. Si las empujas se convierten en tu vida y si pasas de largo, una parte de ti pasa por ellas, ampliando así nuestro multiverso.
¿Tomo un café aquí y leo un rato o me voy a casa y veo una película? ¿Llamo a alguien para quedar o voy a molestarlo? ¿Me voy de viaje o me quedo y así ahorro? ¿Elijo comedia o drama?
Ayer estaba en una carretera, llevaba unos veinte minutos con la música fuerte y cantando. Llegué a un cruce y de repente pensé. A la derecha Francia a 50km, a la izquierda mis obligaciones a 126km. Y por un breve momento pensé ¿Y si…? Un coche detrás de mí tocó el claxon y como si despertara cogí el camino de la izquierda. Me despedí de mi instante de locura mirando el retrovisor y en la siguiente curva oí como una puerta dimensional se cerraba.
De camino a mi vida iba apoyando mi sensata decisión: la gente no hace eso fuera de las películas, ¿a quién conoces tú en Francia? Si no hablas ni el idioma, tienes 0 ahorros y tienes responsabilidades. Pero en un rinconcito de mi mente yo iba conduciendo un descapotable por una carretera secundaria del sur de Francia en una imagen muy mejorada de mí, sentía el aire en la cara y pensaba parar en el siguiente pueblecito para tomar una copa de vino en una terraza. No tenía planes, ni ninguna seguridad y sin embargo, me sentía tremendamente bien.
¿Habéis experimentado alguna vez esa sensación? No se trata de una vía de escape en un momento desesperado de tu vida. Al contrario, eres feliz. Pero por un instante, mucho menos de un segundo, piensas, el agua no estará tan fría.
Como una hora y media de viaje me da para mucho, me psicoanalicé, que es un hobby que tengo cuando conduzco. Y llegué a la conclusión de que me falta un gramo de locura. Me falta un poquito de empuje para hacer algo nuevo, para girar a la derecha y cogerme unas vacaciones sin permiso, para perderme y no saber a dónde voy, para romper un poco la rutina.
Había señales en el camino, el jueves pasado perdí mi agenda y la encontré ayer por la noche. Estoy pensando seriamente en prescindir de ella. El mundo tampoco se va a acabar por eso.
Para esta semana os deseo muchas puertas para elegir, momentos en los que gana la decisión y matáis la duda y una página en blanco para llenarla de locuras. Yo prometo intentarlo. Y naturalmente, sed felices.




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