I love
Paris in the springtime, pero en su defecto I love Paris any time, of the year,
como en la canción de Cole Porter.
Pues ya
he vuelto. Unos días en la capital francesa caminando sin parar, comiendo
crepes callejeros y tomando Kir en las terracitas.
Un
placer, vamos.
Para
mantener la tradición, empecé mi viaje en el aeropuerto de Barcelona donde una
trabajadora aburrida me cacheó de arriba abajo. Y yo ahí, con los brazos
extendidos, mientras los pasajeros me miraban y decían, pues no se ve peligrosa
y hay que ver que tipín se le ha quedado con tanto spinning y cardioboxing. Bueno
no lo decían, pero lo pensaban, seguro.
Al
llegar al Charles DeGaulle, me sorprendió el wifi gratis, lo bien indicadísimo
que está todo y la sangre fría de los franceses. Para salir del aeropuerto nos
hicieron esperar sin ningún tipo de explicación, a un extremo y otro del
pasillo unos señores vestidos de militar con metralleta en mano. Yo, como buena
impaciente latina, empecé a inquietarme, pero la gente miraba su móvil o leía
su periódico sin armar ruido. Paciencia francesa. Después pasamos y nada de
empujones, la gente te cedía su paso a la escalera mecánica y te ayudaba si no
podías con la maleta.
De
París me encanta casi todo. Voy a ser rápida. Museo de l’Orangerie, para
disfrutar de los nenúfares de Monet. El Pompidou. Sí, por favor. Yo, que no
entiendo demasiado de arte moderno, tuve una especie de experiencia mística.
Iba a entrar sólo a ver una exposición de Frank Gehry de arquitectura, pero con
la entrada podías entrar a ver el museo. Y claro, ya que estaba, entré. Pues me
pasó que me abrió la mente. Y me dejo con ganas de más.
El
museo Picasso, después de cinco años de obras, reabrió el sábado sus puertas, a
lo grande y fui de las primeras, entre las casi 10.000 personas que pasaron ese
día por ahí. Muy, muy recomendable.
Si la
ciudad tuviera banda sonora sería, sin ninguna duda, jazz. Yo estuve en alguno
de los conciertos del ciclo “Jazz sur Siene” pero cualquier día en cualquier
momento tienes la oportunidad de escuchar buena música.
Shakespeare
and Co. Rincón encantador. Librería de libros antiguos y modernos, en lengua inglesa. Puedes
entrar y leer gratis o puedes comprar. Cuando yo fui, un señor llegó y se puso a
tocar el piano, puedes sentarte y escribir algo para los desconocidos. Un
verdadero masaje para los sentidos.
Y vamos
a Versalles. Tú, entras con la ilusión de que te vas a trasladar por un ratito a
los tiempos de Maria Antonieta. Pero me trasladó, a una cola en PortAventura.
No puedes visitar casi nada. Y la sala de los espejos, es enorme, pero llena de
gente haciendo selfies. Yo aconsejo ir a la Planta 1 del Louvre donde puedes
encontrar los muebles y algunos de los cuadros originales que deberían estar en
Versalles. De las fuentes, no sé qué decir, creo que me decepcioné
por las expectativas que tenía. Los jardines son grandes, eso sí.
Como no
era mi primera visita a la ciudad, me pude permitir un poco de callejeo sinsentido,
ese que te lleva de un lado a otro, donde en cada esquina hay una obra de arte,
o un vendedor de pulseras ilegal, para que nos vamos a engañar, pero como todo es del
color del que lo mires, yo decidí ponerme las gafas de cristal rosa.
Por
cierto, a la vuelta me tocó el registro aleatorio, me prometieron que era
aleatorio, pero creo que hay una foto mía rondando por los aeropuertos, y
debajo pone “Peligrosa” o “Fácil”, aún no lo he descubierto.
Cierro
esta entrada de blog, y cierro un año más. Mañana, es mi cumple. Cumplo en
experiencias y buenos momentos, olvidemos la edad, que sólo es un número
impertinente.
Por
cierto, flores, bombones y felicitaciones varias serán bien recibidas, como
siempre. Además, fingiré que no os he avisado antes, como cada año.
Besos
para todos. Y sed un poco más felices, que el tiempo vuela.