“A” tiene que llevar gafas desde que recuerda haberse
mirado en un espejo. De esas de montura de pasta que le hacen unos ojos grandes
y de eterna sorpresa. “A” siempre se ríe de todo. Y cuando lo hace esa sombra
de bigotillo le baila bajo la nariz. Eso no sería ningún problema si no
fuera porque “A”, es una niña. Estudia 4º de primaria. Y a vista de todos, es
una niña feliz. También es un blanco fácil. Y, si la miras de cerca, distingues
una sombra negra pegada a su alma. No deja de ser curioso, que la niñez, esa
etapa sin más responsabilidades que aprobar un maldito examen de matemáticas y
pasar los niveles del Candy Crush, sea una jungla de sentimientos.
Los colegios, están llenos de magos. Lo sabemos
los que lo fuimos. Si tenemos suerte, creamos mundos donde nos sentimos seguros. Yo leía mucho. Ahora se juega a videojuegos. Los magos del colegio, son esos que a pesar de los
abusones, logramos sobrevivir. Llevamos una mochila llena de inseguridades, que
va menguando con el tiempo, pero siempre está ahí.
Estoy orgullosa que mi mochila haya pasado al tamaño de
una riñonera. No ha sido un trabajo fácil. Pero lo he conseguido. Sin embargo,
ahora, veo a otros magos pequeñitos y empatizo con ellos. Intento ayudarles.
Decirles que todo va a mejorar. Y que no todos nacen con la suerte de ser una
rubia de ojos azules a la que invitan a todas las fiestas.
No sé de quién es la responsabilidad de crear a niños
sanos y fuertes. Supongo que parte padres y parte maestros. Y compañeros y hermanos.
Si criamos niños sanos tendremos adultos sanos. Si criamos niños abusones,
tendremos adultos crueles. Antes de que inventaran el término “bullying”, ya había verdugos y víctimas. Los sobrenombres, las burlas, el mirar a otro lado para no
ser el blanco de los chistes y la pena de los domingos por la tarde, en que
querías resfriarte para no ir a clase los lunes.
Con esto no quiero decir que haya que tener a la infancia
sobreprotegida. Estoy harta de oír que niños suspenden porque el profe les
tiene manía. Eso, no suele suceder. No seamos demasiado indulgentes, ni tampoco miremos al otro lado. Muy al
contrario. Los niños, han de ser niños, vivir y jugar como niños, pelearse y
hacer las paces, caerse y hacerse sangre en la rodilla. Pueden suspender y
recuperar. No es el fin del mundo. Pero también tienen derecho a ser felices. No
sólo a parecerlo. Todos, deberíamos estar atentos a las señales. No querer ir a
las excursiones, temer los trabajos en grupo porque ningún compañero te acepta,
no querer que terminen las vacaciones.
Este post es un poco distinto, la verdad, es que ha nacido
inspirado por una noticia que he leído hace poco de un suicidio adolescente. El
problema es real, y coexistimos con él. Y no, muchas veces, no son cosas de
niños.