Tengo un amigo que ama las
distopías. Escribe sobre ellas y parece que todo lo analiza con precisión quirúrgica,
cuando lo imagino delante del ordenador lleva con una bata blanca y un
bisturí en el bolsillo, tiene al lado una pizarra llena de post-its con nombres de personajes
que van a morir. Primero los hace humanos y después cuando te encariñas los
mata. Tal es su poder. Esa es mi imagen de él. Por supuesto el día que sea tan famoso como
Stephen King, la gente hablará de él como un padre y marido perfecto que
compagina su trabajo y familia con el placer de escribir. Lo que no saben es
que para él, escribir no es un placer. A lo mejor lo era, pero poco a poco se
volvió una necesidad, ahora creo que es un yonki de la escritura.
Una vez presentado el
personaje os diré que los otros dos de esta historia somos secundarios, sólo
por hoy (sí habéis leído bien he puesto el acento a sólo y no pienso dejar de
hacerlo).
Somos tres. Hablamos casi
cada día aunque sea para darnos los buenos días por mensaje. Pero días como hoy
hablamos de la situación actual. Uno de mis amigos vive en Madrid, los otros
dos vivimos en Cataluña. Inevitable comparar. Todos más o menos alucinamos un
poco con las restricciones o la falta de ellas.
Es curioso que el amante de
las distopías sea quizá el más cabal y lógico de nosotros. Él defiende que habría que
explicar las medidas que nos ponen. Yo suelo quejarme como una adolescente a la
que castigan sin salir y nuestro hombre en Madrid, disfruta de un poco más de
libertad. Tanta que esta noche va a la ópera.
Hace un par de días el
escritor nos envió un audio del cuento “Los que se alejan de Omelas” de Úrsula
K. Le Guin. Resumido el relato, os colgaré más abajo el audio, va sobre una
próspera ciudad, donde toda la dicha y la prosperidad dependen del sufrimiento
de una persona. Concretamente un niño encerrado en un sótano. ¿Qué haríais
vosotros? Nos pregunta esta mañana el señor de las distopías. Yo me he dado miedo
al dudar. Si somos de la mayoría que no sufre ¿Cerraremos los ojos ante la desgracia de la minoría y la injusticia?
Siento decir que en ciertos
momentos sí. O sea que todos en algún momento tocaríamos un botón para matar a
alguien si eso nos salvara a nosotros o a nuestros queridos. Puede que el
castigo fuera vivir con ello. Puede que el castigo fuera que no podríamos vivir
con esa decisión. Y si no tocáramos el botón nos arrepentiríamos de no haber
salvado a los amamos.
Si algo me ha enseñado la
pandemia, es que los humanos tenemos poca humanidad.
Personajes como el escritor,
se pueden permitir pensar y narrar sobre eso. Los que no pensamos tanto, nos
limitamos a gritar y quejarnos en rabietas infantiles. No entendemos o no queremos
entender.
Ahí os dejo la pregunta.
Vosotros ¿Qué haríais?
No pongo el nombre del
escritor porque no le he pedido permiso. Y porque aparece hoy en mi blog más en
su faceta de amigo, aunque puedo deciros que cree en Asimov sobre todas las
cosas. Agradecerle desde aquí que en cada conversación sus planteamientos
morales y éticos me ayudan a conocerme y a ser un poco más humana.
Hoy no os pongo canción, os
pongo el audio que vale la pena del cuento de Úrsula K. Le Guin.
Pensad. Y sed felices.