El sindicato de Directores
Americanos del mundo del cine, la DGA, tiene (bueno más bien tenía), un nombre
que se utiliza cuando un director, por lo que sea, no quiere firmar su obra. A
veces cuando la película pasa por edición y montaje, el director ve el
resultado como algo a años luz de su proyecto. O simplemente algo que no es lo
que quiere transmitir. Es entonces cuando pide a la DGA que le conceda el “Alan
Smithee”.
Esto ocurre porque antes de
1968, año en que el ahora prolífico Smithee, realiza su debut, la DGA no permitía
los pseudónimos.
Y este señor, si lo “googleas”,
tiene tantas producciones que empiezo a sospechar que sí existe de verdad.
Es más, en las aburridas y
calurosas tardes de verano, cuando dedico mis horas a imaginar cosas
imposibles, me ha asaltado una imagen de Alan delante del ordenador.
Sí señor, Alan Smithee, en
claro-oscuro, en blanco y negro y con una risa maligna y acariciando un gato
(vale estoy un poco de verano y en mi mente viven superhéroes de Marvel y
supervillanos…), en fin Alan Smithee que ha cobrado vida por eso de que si
todos creemos en algo al final existe, está navegando por la red y frotándose
las manos.
Primero escucha una canción
de mi supervillano preferido, el cruel “Pit Bull” y espera con paciencia a que
este hombre pida un Smithee para toda su carrera como intérprete de canciones
de dudoso gusto y decididamente malignas. Después navega por las páginas de
actualidad y piensa que no hay porque quedarse en el mundo del espectáculo y
que el gobierno debería firmar sus decisiones con el nombre de Alan Smithee.
Alan, cual lecherita del cuento, empieza a soñar y se ve como un moderno hombre
renacentista capaz de firmar cualquier cosa. De la política se pasa al teatro y
esperanzado por las algunas de las casposa producciones ya se ve recogiendo el
Tony al lado de Stephen Sondheim y del sobrevalorado Lloyd Webber. Y para el
final, lo mejor, la librería, porque Alan siempre ha soñado secretamente en ser
escritor, y cuando descubre la saga “Crepúsculo” sabe que ha llegado su
momento.
Pero pasan los días, y nadie
se decide a pedir un “Alan Smithee”…Alan, triste se pregunta por qué. ¿Acaso
los autores y creadores en general han perdido la vergüenza? ¿Acaso siempre están
orgullosos de sus obras?
El pobre Alan, no sabe a que
atenerse, él, que ya se veía viviendo en un chalé con piscina y codeándose con
los “más”.
El pobre Alan, se da de
bruces con una realidad gris y oscura, sin entender por qué hay gente que se va
a dormir con la conciencia limpia y tan satisfechos.
No entiende nuestro mundo. Y
es que a algunos les cuesta entender la mediocridad. Pobres …
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