Cuando
era pequeña, la gente se casaba. Y yo, siempre repetía la misma pregunta: ¿Y
donde vais de viaje?
A
medida que iba creciendo, mis preguntas eran más específicas: ¿Qué vais a
visitar? ¿El Met? ¿Las pirámides? ¿El Louvre? ¿La muralla China?
Crecí
en los setenta, cuando la gente no viajaba demasiado, sólo la hija del médico
en sus redacciones de “Qué hice en vacaciones” explicaba sus cruceros por el
Luxor, y yo llegaba a casa y le preguntaba a mi abuela (pobre mujer) qué era el
Luxor. Y por qué no íbamos allí alguna vez.
Mis
primeros viajes por el mundo fueron a través de los ciclos de películas de la
2. Después leyendo libros y al final por las series de la tele.
Para mí,
el sentido de una boda era la luna de miel.
Notaréis
mi falta de atención a estas fiestas. Nunca he entendido demasiado eso que
querer hacer una celebración, vestirte con un traje diseñado sólo para hacer
fotos, comer al lado de personas con las que no tienes demasiada relación y al
salir decir, “Todo estupendo, feliz viaje, que vestido tan bonito el de la
novia”.
Pero
resulta que mañana voy a una boda que me hace mucha, mucha ilusión. Primero, es
en Martes, así desafiando los tópicos. La novia, mi mejor amiga, irá en
tejanos, y aún no estoy segura de dónde será la luna de miel. Seremos cuatro,
los novios y los testimonios. Y por la mañana, trabajaré.
Ese
toque de normalidad, me encanta. Me demuestra una vez más, que lejos de los
grandes gestos, en la vida, la felicidad se encuentra en los pequeños momentos. Y sobre todo, con la gente a la que quieres.
Esta
entrada, un poco distinta, está dedicada a ellos. Les deseo, un largo camino de
risas, que fabriquen los mejores recuerdos, que se peleen y hagan las paces,
que se echen de menos cuando estén lejos, que tengan suerte en todo lo que se
propongan, y sobre todo que nunca se aburran.
Hago
extensivo mi deseo a todos los que estáis leyendo esto.
En la
próxima entrada, os hablo de cine. Lo prometo.