viernes, 4 de marzo de 2016

La belleza.

Inaugurar el mes de Marzo con una maldita y dolorosa conjuntivitis me hizo apreciar todos los colores del arcoíris. Sí, en cuanto estuve mejor me puse a repasar mentalmente todas las cosas que realmente me han dejado con una sensación de belleza absoluta y felicidad supina.
Sin orden alguno ahí va mi lista de placeres visuales.
Un café servido en una mesa de “Les Deux Magots” en París. En serio. La mesa redonda, el café corto, y el vasito de agua, el carrito de postres que no probé y los músicos de Dixie tocando en una esquina de Saint Germain, hicieron un poema visual y sensitivo que quedó en el disco duro de mi memoria. No os aconsejaré que vayais, ya lo hice y fue un error. Me dijeron que era un café caro y punto.
Sigo en París. Esta vez en la Saint Chapelle. Cuando entré estaba nublado y mientras miraba con ojos muy abiertos los vitrales, salió el sol. Se oyó un murmullo general. Sí, casi suelto una lagrimilla y todo. Mi hermana me dijo que si en ese momento no creyó en Dios, se declaraba agnóstica por los siglos de los siglos. Por cierto, las mismas personas que creyeron que el café, era caro en Deux Magot, pensaron que me había burlado de ellas al aconsejarles la visita a la Saint Chappelle. Supongo que no todos tenemos los mismos gustos. Así aprendí que no hay que aconsejar ningún sítio, lo que para mí es mágico para ti puede ser una cosa cuotidiana.
Un vuelo a Amsterdam sobre un mar de nubes que cubría media Europa. Saber que el sol estaba allí arriba, fue una imagen que me ayuda a lidiar con todos los días nublados de mi vida.
Las Cariátides del museo de Atenas. Las de verdad, las que están encerradas en vitrinas. Yo iba saliendo del museo pensando “¿Y las cariátides, ya me las he perdido?” Entonces me di la vuelta y casi me caigo. Allí estaban, serenas, relegadas de su antigua función de columnas y condenadas a ser maniquíes admiradas por todos los que se deciden a entrar al museo.
La puerta de Ishtar, en el museo de Pérgamo de Berlín. Soy así de fácil. Aquel azul siempre me ha podido.
Y ya más cerca de casa, los atardeceres de verano en la Vall de Boí. Hay un bar con terraza justo al lado de la iglesia románica de Sant Climent de Taull, donde cada tarde la naturaleza te regala algunos de los mejores atardeceres que he visto.
Bien, me despido hoy con cierta alegría. Creo que todos vemos lo que queremos ver, y yo elijo lo sutil y la belleza en todos los momentos que pueda disfrutarla. Os dejo con Tom Waits recitando una pieza de Bukowski, que resume exactamente lo que quiero decir. Nirvana. Sed felices y no os perdáis la magia.











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EL CREADOR DE DISTOPÍAS

  Tengo un amigo que ama las distopías. Escribe sobre ellas y parece que todo lo analiza con precisión quirúrgica, cuando lo imagino delante...