El rey bondadoso era una
figura recurrente en los cuentos que leía de pequeña. Solía ser un rey un poco
imbécil por cierto. Muchas veces era engañado por miembros de la corte que
ansiaban su poder. Un cuñado, un primo lejano o un amigo que se enamoraba de la
reina y pretendía borrar la competencia del mapa. Otras veces utilizaba a sus
hijas, las bellas princesas igualmente bondadosas y un poco inocentes como
eufemismo de tontas, como debe ser una princesa que se precie y eran moneda de
cambio para ampliar el reino o bien preciado premio para el primer caballero
que luchara contra dragones, bestias o maldiciones y sacara al pueblo de los
apuros. El rey bondadoso o más bien su representante armado, ganaba siempre y
recompensaba a su pueblo con celebraciones que duraban días y donde todo el
mundo era feliz.
Yo solía preferir leer a
Astérix que unía a su pueblo para luchar contra la injusticia.
Los cuentos infantiles nos
brindaron grandes enseñanzas. Al principio del cuento el héroe solía
encontrarse con una persona o con un grupo de personas que estaba en problemas.
El héroe, debía ayudarles, primero porque ese era su trabajo y después ya,
porque más adelante él sería el ayudado. Y su bondad sería premiada. Al crecer,
nos olvidamos de estas enseñanzas y oímos frases como que económicamente no es
rentable ayudar a gente con problemas. La vida de 600 personas subidas a un
barco, huyendo de hambre y miseria no nos compensa. Los mismos que dicen “si
tanto te gustan los inmigrantes mételos en tu casa” cuentan a sus hijos por las
noches cuentos donde el caballero mata al dragón, sin darse cuenta que ellos
son ahora los dragones. Poner precio a una vida humana me parece más propio de
un hechicero malvado que hace pactos con el diablo.
¿Alguien recuerda a los
gigantes o ogros que encerraban a los niños en jaulas? Nuestro gigante malvado,
es rubio y rico, tiene un mal peluquero y un bronceado de rayos UVA. La gente a
la que encierra en jaulas, son familias que se han ido de su casa para
encontrar un futuro mejor, ¿no era esa la base del “sueño americano”?
Pero los cuentos, al menos
los que a mí me contaban de pequeña tenían siempre una figura importante. La damisela
en apuros. La princesa en peligro. La hija de ricos comerciantes solía ser
raptada por maléficas figuras para sacar provecho o para su propia diversión. Y
ahí llegaba alguien en caballo blanco, soltero y guapo como el que más que la
rescataba. Aunque cuentos modernos como “Shrek” o “Brave” intentan adaptarse a
los tiempos modernos y nos quieren mostrar princesas que se salvan ellas solas
y de paso salvan a unos cuantos más por el camino, las antiguas historias
enfatizaban en la frágil figura de la mujer que debe ser protegida y defendida.
La vida real se muestra contradictoria
al respecto. A las alarmantes noticias sobre la violencia de género, se suman
las sentencias claramente masculinas que responsabilizan a la víctima de sus
desgracias y dejan libres a los malos de la trama.
Tuve tres cuentos favoritos
de pequeña de los que aprendí muchas cosas. El primero fue la versión Disney de
“Cenicienta”. Y aprendí que los animales hablaban y te ayudaban y que había que
confiar en las hadas madrinas. Mi madre me soltó que las hadas madrinas no
existían y allí se acabó un poco mi niñez. Como me resistía a crecer (aún lo
hago), mi segundo cuento preferido era “Peter Pan”. Y aprendí que si los
pensamientos alegres te hacen volar, ser positivo te ayuda a lograr cosas
increíbles. Mi último cuento preferido era “Juan sin miedo” y me gustaba porque
sin saberlo yo, cumplía los requisitos, empezaba con un viaje, ayudaba a
alguien y ese alguien le daba una información que le ayudaría más adelante. Pero
sobretodo me gustaba porque hablaba con los fantasmas y con sus miedos.
Lo bueno de los cuentos
infantiles es que nos brindan un poco de esperanza y están destinados a enseñar
cierto sentido común y humanidad a los niños. Lo malo que tienen es que a veces
nos enseñan a confiar en reyes o señores que por muy bondadosos que sean, siguen
siendo un poco imbéciles y nuestro bienestar depende de su buena voluntad.
¿Y qué nos queda? Pues a mí,
me queda de mi infancia una sensación continua de asombro y confusión. Un despertar
viendo las noticias y pensando que eso no es lo que nos habían prometido y que
los buenos no son guapos y los feos no siempre son los malos. Me dejan una
especie de desencanto y de ganas de volver a leer Astérix que sí se apañaba
contra las desgracias y además solía pasarlo
muy bien por el camino.
Voy a leer un rato. Ya sé
que los animales no hablan porque mi madre me lo dijo al salir de ver “Cenicienta”,
pero Haruki Murakami y yo discrepamos. Hay un gato en la terraza que creo que
quiere llamarme la atención y decirme algo. Voy a leer alguna historia donde
los animales hablen y te entiendan porque se comunican con el lenguaje del
alma. Y porque he descubierto que los animales, en la vida real no son crueles.
Y que las bestias feroces de ahora visten trajes hechos a medida o togas de jueces que
hablan en nombre de la justicia.
Os dejo con un fin de semana
por delante hasta la próxima. Sed buenos, empáticos, valientes, pensad cosas alegres para poder volar y sobretodo sed felices.