Cuando yo iba a E.G.B había
una especie de transición entre pequeños y no tan pequeños. Recuerdo vagamente, que dentro de un estuche de color verde, tenía un lápiz y una goma.
También un sacapuntas y dos bolígrafos uno azul y otro rojo.
Al principio, los bolígrafos
eran para copiar los enunciados, en rojo escribías el número del ejercicio y en
azul la pregunta. Lo solíamos resolver siempre a lápiz. Porque equivocarte era
lo normal cuando vas aprendiendo. El lápiz y la goma MILAN te daban esa
seguridad que ahora daría la pantalla y el CTRL+Z. Pero a medida que te hacías
mayor, ya guardabas sólo el lápiz para las matemáticas. En las lenguas, en
sociales o en naturales contestabas en bolígrafo. Azul, ya que el rojo era el
malo, con el que tenías que marcar las equivocaciones.
Ese paso, de niño a no tan
niño, tenía mucho más de lo que parecía. En los libros ya había más letras que
dibujos y debías estar más seguro de tu respuesta, ya que no había marcha
atrás. Salieron unas gomas que borraban tinta. Naturalmente yo di la tabarra
hasta que me la compraron. Era rosa y azul. Supuestamente la parte rosa era
para el lápiz y la azul para la tinta. Más que borrar, lo que hacía es un
raspado al papel que solía primero emborronar y luego hacer un agujero. Así que
debías prestar igualmente atención, tanto a tus respuestas como a tus
correcciones. Mucho, mucho tiempo después salió el típpex, ese líquido que
parecía un pintauñas y que olía mal, pero mal. Si no eras muy cuidadoso, la
hoja de tus ejercicios pesaba más que lo normal, por la cantidad de líquido que
utilizabas. Ahí me di cuenta que aunque no quieras, los errores siempre pesan.
Siempre creí que el típpex en su primer formato era para los pequeños errores.
Para los grandes lo mejor era volver a empezar de cero.
Hoy existe la tinta
borrable. Han mejorado la fórmula y si no aprietas mucho al escribir tus
errores no suelen notarse.
Eso tiene un problema. Los
niños no han pasado la evolución de sentirse adulto cuando el primer día de clase
te dicen “En este curso utilizaremos los bolígrafos, guardad los lápices para
plástica y para cuando haya que dibujar el sistema respiratorio en Ciencias”.
Y entonces el sentimiento que tenías era que ya eras mayor y que a partir de
ese momento la vida ya iba en serio.
Que la tinta sea borrable,
puede ser bueno. Les da a los chavales la oportunidad de rectificar y aprenden que con
un error no se termina el mundo. Sin embargo, también se acostumbran a vivir
con esa comodidad del CTRL+Z, de nada tiene consecuencias.
Soy adicta a comprar
bolígrafos. Las papelerías me dan esa especie de paz zen que otros encuentran
en una pastelería o en una tienda de zapatos. Pasaría horas eligiendo un
bolígrafo. Esos pequeños tubos con palabras encerradas a punto para salir. Uno de mis favoritos tiene la tinta marrón. No ha triunfado mucho ya
que me cuesta encontrarlos. No se puede borrar. Así que hay que pensar antes de
escribir. Igual que hay que pensar antes de hablar. La tinta borrable nos ha
quitado las pausas. Y puede que la prudencia. No sé si para bien o para mal,
pero hoy en día manda la inmediatez. El primer pensamiento. Recuerdo un libro
de Carmen Martín Gaite, “Nubosidad Variable” donde aconsejaba que una vez algo
estuviera escrito no debía borrarse. Lo que habías escrito era el primer
impulso, lo que de verdad piensas. Nunca he seguido ese consejo, reconozco que
aunque en mi faceta personal sí soy de escribir lo primero que me pasa por la
cabeza, en los textos “literarios” soy de escribirlos mil veces y en muchas
ocasiones mueren en una de las mil correcciones y nunca ven la luz. Puede que
eso sea un poco mi manera de ser. Muchas veces dirías cosas, incluso te
imaginas diciéndolas pero callas, porque una vez dichas no existe la marcha
atrás. Siempre pienso en el dilema de la Entropía, puedes deshacer un terrón de
azúcar, pero no hay marcha atrás, no puedes hacer que vuelva a ser un terrón.
La lengua y la pluma son
armas peligrosas. Y debes cuidar tus palabras como un paisajista que cuida su
jardín. Buscar armonía.
Hay que ver lo que da de sí
una tarde de lunes mientras ves que todos los bolígrafos de los niños son de
tinta borrable.
Me planteo si hemos sido una
generación afortunada por la falta de inmediatez de las cosas, por el gusto por
las lecturas un poco más pausadas, por el tiempo que te tomabas en buscar una
palabra en el diccionario o si por el contrario nos hemos perdido un poco de
vida por el miedo a equivocarnos. Me pregunto si la generación millenial, que
ahora ya está teniendo problemas propios de la adultez notará que les ha
faltado tiempo de reflexión. O si sienten que les ha faltado niñez o por el
contrario son eternos Peter Pan que se niegan a crecer y creen poder borrar todas las
respuestas equivocadas.
Ahí lo dejo. Es invierno, hay niebla tras la ventana y hace frío, así que no os extrañe que el post me haya salido un poco introspectivo. Hasta
la próxima, sed felices.