A veces voy a conciertos y a veces se me ocurren
historias mientras escucho tocar. Ésta es una de ellas. Sed felices.
Alex
terminó de afinar su piano casi a oscuras. Siempre llegaba antes que todos. Necesitaba
ese momento para poner su mente en orden. Era como el aroma del café antes del
primer sorbo. Con sesenta años y unos pocos más, había llegado a esa edad en la
que eres un buen músico. Sobre todo si empiezas a practicar de pequeño. Él era
un buen músico. Pero había entrado muy tarde en el mundillo. En su vida antes
del piano había sido un profesor de literatura inglesa en una universidad de
esas que tienen gárgolas en la entrada. Había sido un profesor regular pero
guapo. Y había leído en voz alta los pasajes más melancólicos de la literatura con
voz quebrada por el tabaco. Esas lecturas eran como una tela de araña donde
caían estudiantes entre suspiros adolescentes. El día en que empezó su primera
clase de música, lo había dejado todo atrás. Su trabajo, sus libros y su vida.
- Un agua
con gas con mucho hielo y limón.
- ¿Es
usted de la banda?
- Sí
- ¿Sabe
que tiene barra libre? ¿No quiere nada más fuerte?
- En vaso
ancho, agua con gas con mucho hielo y limón.
El
camarero se encogió de hombros y fue a la barra. Había crecido en un barrio
donde los chavales entraban en un grupo por la bebida gratis, las drogas y
tirarse a groupies. Ahora los músicos eran veganos. Ni fumaban, ni bebían y de lo
otro tenía sus dudas. Otros tiempos sin duda.
Alex ignoró
todo a su alrededor mientras medía la distancia de su piano al micro de la
cantante. Siete pasos largos. Perfecto. Todo salía bien con siete pasos. Siete tenía
algo de mágico. Siete notas musicales. Siete días de la semana. Siete chakras. Siete
pecados. Siete vidas si eres gato.
El piano
sonaba perfecto. La acústica del local era sorprendentemente buena. En un rato se llenaría de gente bebiendo ginebra y moviendo los pies al ritmo que
tocaran. Durante una hora y media los asistentes estaban a merced del humor de los
músicos. Y de Claire. Todos mirarían a Claire.
Olió su jabón de Tiaré mucho antes de que ella dijera algo.
- ¿Todo
bien?
- Todo
perfecto.
- Eres
un ángel guardián. Si no revisaras cada detalle no cantaría tranquila. Eres mi
amuleto.
Le dio
un beso en la frente antes de alejarse taconeando a fumar fuera con el saxo
tenor. El roce de sus labios en su frente, le subió muy arriba por su suavidad,
sin embargo el casto gesto de la rubia le dejó como siempre con un vacío extraño
y amargo. Claire era mayor, habían pasado muchos años desde que la conoció y
sin embargo era la misma chica que esperaba a su novio fuera de su clase de
literatura. Se enamoró igual que en los libros que él leía para encandilar a sus
presas. En menos de un segundo. En un instante. Y supo que todo había cambiado para siempre.
Los últimos
dos años antes de conocer a Claire estaba pensando que era hora de sentar la
cabeza. Elegiría alguna heredera de ojos azules y con poca ambición para formar familia. El típico caso de Pigmalión pero perfectamente estudiado. Tendrían algún
hijo y él le sería infiel mientras no fuera demasiado ridículo ir persiguiendo
a estudiantes. Después se retiraría en una gran casa heredada de sus suegros y
tocaría el culo a la criada hasta que fuera demasiado mayor y tuviera que
tocárselo a su enfermera.
Pero
apareció ella. Con su novio. Alex lo vio como un rival y le colocó como
ayudante en su departamento. No consiguió nada más que estrechar lazos con la
pareja. Y poco a poco, cuando ese novio fue sustituido por otro, contra todo
pronóstico, él continuó viendo a Claire. Lo que no esperaba era que ella, su
risa, su voz, su pasión...fueran inmunes a los encantos de Alex. Y él resignado
siguió a su lado. Conoció a todas sus parejas y leyó en su boda. Ahora era el padrino de uno de sus hijos. ¿Por qué? Porque la vida sin ella no tiene
sentido.
Puedes despertar por la mañana y beber café y ver las noticias. Puedes
comprar el pan e ir al super a por la compra semanal. Ves películas y alguna
vez sonríes. Otras lloras. Pero la verdad es que todo se reduce a una rutina mecànica y sin
alma si ella no está cerca.
Por eso
se hizo músico. Porque la necesitaba. Dedicó 20 horas al día durante años a
practicar y aunque su técnica no era de las mejores, las notas que salían de
sus dedos se habían convertido en un lamento por la ausencia de Claire o a
veces en un canto a la alegría de conocerla. El virtuosismo que le faltaba lo
suplía con pasión. Empezó a tocar bien. Y continuó tocando mejor. Se convirtió
en mejor músico que profesor de literatura. Quizá porque cuando tocaba lo hacía
con el corazón. Los críticos decían que le hacía el amor al piano. Que lo hacía
suspirar y llorar a su antojo. Y así llegó a Claire. Tocaron juntos desde la
primera vez que ella lo escuchó. “Tienes que estar a mi lado en el escenario”
le dijo. Y él pensó que su recompensa por fin había llegado.
Si Claire
era inmune a los encantos sexuales de Alex, ahora ya diezmados por el tiempo,
cuando él tocaba sus sentimientos mezclaban la admiración, la fascinación y un
poco de amor. Y sólo por eso, él vivía. Por ese momento en que ella dejaba el micro, se
sentaba en el taburete y le miraba tocar.
Había conocido la sensación de ser
amado. Y la sensación de amar. Dicen que es la mejor sensación que existe. No estaba
de acuerdo. Lo mejor es la reciprocidad. Y en esos momentos cuando le
tocaba hacer el "solo" de insulsos standards del jazz, él los convertía en algo
vivo y precioso. En un momento único. Era como cuando buceaba de pequeño en la
piscina y salía a respirar. Esa bocanada de aire fresco, el sol cegando sus
ojos, eso era Claire mirándole interpretar. Ese breve y fugaz momento en el que se
sentía amado por el objeto de su deseo.
Y con eso
le bastaba para sentirse el hombre más afortunado del mundo. Y con eso le bastaba para vivir.
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