jueves, 23 de septiembre de 2010

En la carretera.

Siempre la misma carretera, larga, infinita, con algo parecido a un horizonte al final. Y yo, conduciendo hacia ninguna parte. Ha llegado el otoño, tendré que subir la capota. En la próxima gasolinera, lo haré. Fijo. Mis días de despreocupada felicidad parece que se acortan. Serán las siete de la tarde y la puesta de sol, cada día más puntual, ciega mis ojos. Es un aviso. Hay que parar y ver las puestas de sol. No lo dice tráfico. Lo digo yo.


En la radio ficticia de mi coche descapotable ficticio suena “Crossroads” de Robert Jonson. Subo el volumen. Me pregunto hacia dónde iré en el próximo cruce. Siempre había temido ir sin rumbo, me gustaba tenerlo todo planificado. Ahora no conocer el camino me produce esa dulce sensación de aventura. Cuidado. Es adictiva.

Casi al amanecer, paro en una ciudad. Es pequeña. Entro en un bar y me pido un café. El café te puede decir mucho de un lugar. Hay que poner cierto cariño al prepararlo. Ni muy denso, ni muy aguado. Si es demasiado fuerte, siento que se están metiendo conmigo, si es demasiado aguado siento que ni se han fijado en mi. Al salir del bar miro alrededor, unas niñas van al colegio, un remolino de carteras rosa con “Hello Kittys” que sufren el peso del saber. Los niños hoy en día saben mucho a juzgar por sus enormes mochilas. Cruzo mi mirada con una, va de la mano de su madre que tira de ella, cuando me mira, oigo un silencioso grito que pide ayuda. La niña mira con envidia a unos jubilados que están sentados aprovechando los rayos de sol de otoño. “Ellos no tienen que ir al colegio”. Los jubilados miran con envidia a los niños que van a la escuela. “Con toda la vida por delante, y les queda tanto por descubrir.”

Vuelvo a la carretera. Y sigo conduciendo. A veces el paisaje es tan increíble que tengo que parar y admirarlo. Las hojas que caen, los árboles de otoño mezclando amarillos y marrones con absoluta libertad. Me encanta esta época del año, la belleza nada sutil, el aire fresco que obliga a abrigarte por las noches, la luna llena de septiembre, la música...

Puede que algún día me quede en una de las ciudades que visito, y mire con envidia a los niños que tienen tanto que aprender; un día puede que me conforme con mirar el paisaje, pero de momento quiero formar parte de él.

Feliz otoño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

EL CREADOR DE DISTOPÍAS

  Tengo un amigo que ama las distopías. Escribe sobre ellas y parece que todo lo analiza con precisión quirúrgica, cuando lo imagino delante...