Imagino
que todos hemos oído esa afirmación de “esto pasó porque estaba escrito”, dando
al destino una especie de superpoder y librándonos de la responsabilidad de
nuestras acciones. De pequeña, iba a un colegio católico, que ya es raro, con
lo ateos que son mis padres. Y la excusa a todo lo malo que pasaba en el mundo
era “Dios nos pone a prueba”. Que yo pensaba: ya tiene mala leche el Dios que
nos ha tocado, porque eso de ir con huchas y dar pegatinas del Domund para
acabar con el hambre de África, no me cuadraba mucho, ya que el todopoderoso,
podía haber acabado con el hambre a base de hacer llover maná del cielo, que ya
había habido algún precedente documentado. Vas creciendo, y te queda ahí en un
rincón del subconsciente eso de que Dios tiene un plan para ti. Pero con el
tiempo, aprendes a descreer y le montas a tu subconsciente una fiesta con
música disco para que baile y no moleste demasiado.
Pero un día, cuando ya eres casi tan atea como tus
padres, conoces a Carl Jung y aprendes el término Sincronicidad. Que es una
coincidencia de sucesos relacionados entre sí de una forma no causal. O sea,
que en principio no tienen porqué responder a la causa-efecto. Como Jung me
fascinó mucho más que la Hermana María de 3º de E.G.B, me volvió el gusanillo
de la curiosidad. Un ejemplo de sincronicidad: el actor Anthony Hopkins. Cuando éste fue contratado para actuar en la
película “La mujer de Petrovka”, no consiguió encontrar en ninguna librería
londinense la novela de George Feifer en la que se basaba el guión. Frustrado y
aburrido, se dispuso a tomar el Metro para regresar a su casa. Estaba sentado
en la estación de Leicester Square cuando, de pronto, halló el libro en un
banco. Se quedó tan asombrado de su buena suerte que ni siquiera reparó en las
anotaciones que el volumen tenía en los márgenes. Dos años más tarde su
sorpresa fue aún mayor. Al conocer al autor durante el rodaje del filme, éste
le dijo que había perdido su ejemplar anotado. Dicho ejemplar era el mismo
libro que Hopkins había encontrado en la estación olvidado sobre un banco.
Y
ya sin citar a Jung, ayer por la noche tuve un intensísimo debate sobre si la
casualidad existía o no. Hablamos de todo y no clarificamos nada, como deben
ser los buenos debates. Pero planteamos cuestiones tan interesantes como “¿El
destino existe?”. Yo voto que no. Por cuestión logística más que nada. ¿Te
imaginas a un ente superior, llámalo Dios, llámalo X, todo el día en un
escritorio planeando nuestras vidas como si fuéramos habitantes de “Second Life”?
Pues viendo los tachones, notas desperdigadas y el caos que reina en mi agenda,
eso sí sería un superpoder. Con permiso de las Moiras griegas, que van hilando
nuestra vida, y eso, tiene su encanto. Segunda cuestión. “Casualidad vs
causalidad”. ¿Hay una fuerza por la que algo me empuja a coger el camino de la
izquierda, por donde hay un agujero en el suelo, el único día del año que llevo
tacón y me tuerzo el tobillo? Pues muy mala leche veo yo ahí. Pero a la vez,
debo confesar que cuando cogí el camino de la izquierda fue para evitar a una
persona que me caía mal, y ahí entra en escena el karma. Toma ya. No os
esperabais ese giro de guión ¿verdad?. Otro día hablaremos de él y de los otros
dioses paganos que rondan por mi cabeza. Un día tenemos que hablar de estas
cosas cara a cara. Bueno, os dejo con la canción que sonaba ahora mismo en mi portátil,
como hago siempre. Sed libres, confusos y sobre todo sed felices.