Odio
los estereotipos. Le quitan al ser humano cualquier capacidad de sorpresa,
mejora o libertad. Vemos a un andaluz y creemos que será gracioso, a un catalán
y será independentista y tacaño, un vasco será un bruto y un gallego votará a
derechas. Vemos a un extranjero rubio en la playa y creemos que beberá cerveza
y será un hooligan, a un árabe y creeremos que es un radical. Vemos a un
homosexual y pensaremos que es sensible y apto para aconsejarnos en moda. Una
lesbiana nos cambiará una rueda si pinchamos y además irá vestida en camisa de
cuadros. Y claro así ya sabemos a qué atenernos.
El
junio pasado yo tenía que ir a una boda y una persona me preguntó si era una
boda gay o “normal”. Hay más gente como ésta. Y vienen disfrazados de gente “normal”.
No tengo pareja, con lo cual seguramente para muchos seré una solterona
amargada sin sentido del humor, y por supuesto, también me han preguntado si me
gustan las mujeres.
Sí,
odio los estereotipos. Esos prejuicios vestidos de “tradición”(¿?) que hacen
que todo esté en la estantería correcta.
Este
fin de semana una pareja de hombres ha recibido una paliza porque se estaban besando
delante de una discoteca. Me he escandalizado. Me ha entristecido. Y por fin me
he enfadado. Me pregunto qué tipo de persona es capaz de un acto así. Por lo
que se ve, más de una. He leído que los ataques homófobos son bastante
frecuentes en las grandes ciudades. Me toca preguntarme de quién es la culpa.
Es nuestra. Por permitirlo. Por no castigar este tipo de acciones. Y ya en modo
preventivo por haber educado a unos seres humanos así de básicos, cuadrados e
intolerantes. No tengo hijos. Si los tuviera los educaría para el mundo que
quiero no para el que tengo. Les enseñaría que el amor puede venir en muchas
formas, pero que el odio sólo viene envuelto en ignorancia. También les
enseñaría que los comentarios también duelen, y que no se puede juzgar a nadie
sin ponerse en su lugar. Seguramente también tendría que enseñarles defensa
personal, porque en el patio se llevarían muchas palizas.
Animo
a todos los que me lean, que no dejen correr las noticias como éstas. Y que
colaboren en tener un mundo mejor. Sin reír de chistes racistas, homofóbicos o
machistas. Sin callarse ante una injusticia. Sin tener miedo a lo distinto.
Termino
esta trilogía de posts en mi blog que han ido desde el bullying al feminismo y
en este caso a la intolerancia. Y prometo que en el próximo blog, si las
noticias no me lo impiden hablaré de cine y series. Que era el plan para éste.
Os
dejo con una canción que siempre me alegra el día. “Home is where the heart is”
de Ramon Mirabet. Por cierto, que no os engañen las apariencias, aunque cante
en inglés, resulta que es catalán. Sed felices.
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