Fue la casualidad o a
lo mejor la causalidad lo que lo llevó a no lucir esa máquina en su muñeca. De pequeño conoció al tiempo. No al que
nosotros conocemos ni a toda su familia. No conoció al tiempo libre, ni al
tiempo de estudiar, ni al tiempo de azúcar, ni al tiempo de pensar que ya lo decidirás
mañana. Nada de eso. Conoció al verdadero tiempo. Al poderoso y cruel. Al implacable.
Y entendió que la humanidad estaba en guerra desde hacía siglos. Entendió lo
inentendible y decidió luchar.
Lo miró cara a cara y
le dijo “Somos enemigos. No pienso jugar a tu juego. No pienso creer nada de lo
que me digas y a partir de ahora pelearé contra ti”.
El tiempo miró al
jovencito con cierta curiosidad y se tocó la barba blanca, lucía una larga barba porque el tiempo era
muy viejo, así como al estilo druida de Asterix. Después de mirarse cara a cara,
el viejo druida se rió. “Sabes que nunca
me vencerás. Al final gano yo. Siempre.”
“Pero puedo
intentarlo, empezar una revolución. Y eso te hará daño. Llegará un día en que no
tendrás poder contra el hombre. Quizá yo no lo vea, pero valdrá la pena probar”.
“Si piensas eso empecemos. Me aburro desde hace mucho”. El
viejo de barba blanca tenía la soberbia que le daba no haber conocido a ningún
rival digno.
Y el chico que nunca
llevaba reloj empezó a estudiar como vencer al enemigo invisible. Cayó en sus
manos biografía de Marco Vitruvio donde leyó sobre la Clepsidra, el reloj de
agua que medía las noches egipcias. Y pensó que allí empezó todo. Con la
necesidad de medir. Con la necesidad de poner horarios. Vio que su enemigo
tenía la batalla ganada. El tiempo
existía como concepto y como realidad. El tiempo tenía minutos digitales, de
cuerda, automáticos, a pilas y de diamantes. Los últimos segundos del partido,
los primeros minutos de una película, los tiempos récord en el Tour, la cuenta
atrás del lanzamiento de la Soyuz…Había creado la falsa ilusión de sumisión con
los relojes. Si sabes la hora que es dominas el tiempo. ¿Por qué? Pues porque
no llegas tarde y lo aprovechas bien.
El chico sin reloj
leyó “Momo” de Michael Ende y supo que él también había querido de alguna
manera declarar la guerra a los relojes.
Decidió que no podía
destruir todos los relojes del mundo. El tiempo tenía la historia y la sociedad de su parte.
¿Y él? ¿Qué tenía él?
Su única ventaja era
que no tenía reloj. Cosa que hacía que midiera sus días y sus noches de forma diferente.
Los medía en recuerdos. Los medía en instantes. En momentos. Los medía de una
forma tan distinta que los desposeía de su esencia. El recuerdo dejaba de ser
una hora para pasar a ser algo importante. Los momentos, los instantes carecían
de duración. Y eso los hacía mucho más valiosos.
El viejo druida
observaba al hombre, ahora ya era un hombre;
en eso el tiempo había ganado, y
empezó a ponerse nervioso. Eso no me lo esperaba, pensó.
El hombre sin reloj,
oyó la tos nerviosa del viejo tiempo y supo que algo había cambiado. Se trata
de eso. Hacer que todos lo olviden.
Supo entonces que era
una tarea casi imposible. Pero empezó con él mismo. El tiempo que compartías con el hombre sin
reloj desaparecía numéricamente. No importaba la hora. Al despedirte no contaba
el tiempo pasado con él y quizá por eso contaba más que nada. Y la gente empezó
a imitarlo. No consultar el móvil. Perder el reloj. No ponerte otro. Y muy, muy
lentamente hubo un grupo de personas que conocieron al hombre sin reloj y que inconscientemente
aplicaron la misma técnica. Y así casi sin darse cuenta, nació la revolución.
No todo estaba perdido.
Al fin y al cabo ya
lo dijo Albert Einstein: El tiempo no es real es sólo una ilusión psicológica.
Y para despedirme os
pongo banda sonora un poco cursi, esta canción estaba en mi coche y aunque “Batman Forever” no es de mis versiones
favoritas está en nuestra memoria colectiva, no lo neguéis, y además la llevo
tarareando en mi cabeza desde hace casi una semana, así que si yo lo “sufro”
vosotros también. Hasta dentro de unos días que en Agosto a lo mejor nos
cogemos unos días de vacaciones. Eso sí, sed felices. Cuanto antes mejor.
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