Mi trabajo consiste en la
continuidad. Desde mi despacho puedo ver por la ventana el paisaje que
necesite. Hoy tengo tras mis cristales un pueblo de casas blancas junto al mar.
Oigo los gritos de las gaviotas y el cielo y el agua se funden en un “degradé”
de colores que voy a copiar para mi próximo pañuelo echarpe. Azul Grecia. Siempre
me ha gustado este color. Me trae recuerdos de tardes al sol, de mañanas
frescas de Junio cuando parece que todo está por llegar y de atardeceres frente
al mar.
Mi próximo proyecto no es
difícil. Tengo completo el próximo grupo que debo enviar a luchar. Debo decidir
dónde. Estudio cada perfil de mis “soldados”. Han tenido vidas duras. Este grupo
merece un poco de diversión. Miro mis volúmenes de historia. Los he pasado
todos a digital pero me gusta el ruido del papel al pasar las páginas.
Naturalmente conozco toda la historia mundial de memoria, pero ésta es distinta y se basa en
los pequeños detalles. Cojo un grueso volumen y lo abro al azar, la casualidad
es una parte importante de mi trabajo. Leo atentamente.
“Lisboa 31 de Octubre
de 1755. Amanda se despierta temprano, ha dormido mal, ha oído perros ladrando
toda la noche, en cuanto se levanta tiene un escalofrío, un mal presentimiento…”
También es mala suerte, no quiero saber si Amanda sobrevive al terremoto y al
incendio, pero imagino que no. Cierro el libro y me preparo un café. Leo un
poco más sobre mi grupo. Dos informáticos, un médico, una panadera, un
peluquero, dos maestras de guardería y una física teórica. Es un grupo pequeño.
Uno de los informáticos está casado con una de las maestras de guardería.
Aunque él tiene una amante, y eso hace preguntarme si la amante también debería formar
parte del grupo. Decido que no. Más adelante los volveré a juntar, pero esta
vez merecen estar separados. Después de mi segundo café vuelvo a probar suerte
y cojo otro tomo de la estantería.
“China en tiempos de la
dinastía de Qin Shi Huang.
Xiao Chen se siente
afortunado. Se levanta temprano y va directamente al taller. Hace mucho tiempo
que trabaja tallando soldados. Cada uno distinto. Él conoce algunos de los
soldados y le da pena que cuando terminen de tallarlos todos tengan que morir
para dejar su alma allí…”
Paro de leer. Me gusta que
la gente crea en cosas. Aunque sé que los guerreros no dejaron su alma en las
esculturas, no toda su alma al menos. Pero en esa época se creía en cosas y eso me decide. Puedo mandar al grupo allí. Voy a
seguirlos atentamente. Deberán volver a aprenderlo todo. Aprenderlo diferente. Olvidar lo aprendido. Cojo el dossier de
facilidades y veo que les toca ser bastante afortunados. Los voy a enviar a China. Nada
de tecnología. En familias de distintas clases. El matrimonio tardará en
conocerse y ella que es la engañada será la privilegiada ahora. Lo siento chico,
te toca pagar un poco de karma.
Miro por la ventana. El azul
me relaja y me da fuerzas para todo el trabajo que me queda por delante.
Empiezo con los diagramas familiares. Continuaré un par de días con las
conexiones fugaces con otros grupos. Me da un poco de envidia la suerte que
tienen al volver a empezar. Aunque a veces me pregunto si sería mejor que lo
supieran. Pero los jefes deciden que no. Al menos de forma general. Existen
casos especiales. Pero yo no suelo encargarme de ellos.
Cuando la gente dice que
las almas se reencarnan en grupo, no imaginan todo el trabajo de detrás.
Piensan en el tiempo lineal de la historia e imaginan algún tipo de magia. Si
supieran la verdad puede que apreciaran más la vida que les toca. Todo el
trabajo, toda la planificación. Todo el estudio de perfiles y las noches en
vela por las dudas éticas. Aquí no valen las religiones. Cuando mueres te das
cuenta que la religión, o la falta de religión, no era más que un barco distinto
que te llevaba a un mismo destino. Cuando mueres, en una décima de segundo
comprendes que las diferencias y los nombres no cuentan, cuenta la esencia. Al
final las constantes suelen pesar más que las variables.
Cada grupo de almas que
envío suele ser un poco como mi familia. Los sigo hasta que vuelven a mí,
aunque alguno ya haya superado esta parte y pase a otro grupo de más nivel. Me
gusta mi trabajo. Me tienen prohibido decir que jugamos a ser Dioses. Así que
más bien digo que soy como una escritora cuyos personajes se independizan y
eligen sus propias historias. Y siempre estoy ansiosa por escuchar y aprender
de ellos. Al fin y al cabo los escritores suelen aprender más de sus creaciones
que de sus maestros.
He leído hace poco que los
escritores escriben para escapar de la realidad. No podría estar más de
acuerdo. Sin autoproclamarme escritora, diré que yo también escribo para crear una
realidad distinta de la que vivo. Este relato no va de muerte sino de
renacimiento. Y aunque retazos de una reciente e interesante conversación están
aquí, debo decir que el cuento se ha gestado esta mañana al dar el pésame a
alguien.
En general no estamos muy preparados
para gestionar bien nuestras emociones, pero me gusta pensar que lo intentamos
lo mejor que podemos.
Esta semana no sólo os deseo
que seáis felices, os pido que repartáis esta felicidad entre aquellos a los
que amáis.
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