Noviembre
nos trae el final del buen tiempo. Y con eso los festivales de jazz, el cine, el aroma de castañas por las calles y
las infusiones té con canela.
Voy a comentar alguna de las cosas que he
visto estos últimos días.
Como
una comedia siempre viene bien, me animé a ver el estreno de la nueva película
de Berto Romero y Carlo Padial, “Algo
muy gordo”. Pero no me reí mucho. Aunque tiene algún gag bueno, y se le nota
la intención de comedia un poco distinta, me descolocó bastante. Berto por supuesto está
impecable, pero es que mi debilidad por este señor no me deja tener ninguna
opinión objetiva. La historia trata del rodaje de una película en “croma”, y puedes sentir la dificultad de los actores que trabajan con ese sistema. Todos
los actores que salen son buenos pero siento decir que la película mejora
bastante cuando Carlo Padial se retira y coge la historia Berto. Podía haber
sido algo muy bueno y divertido, pero no. O quizá no supe entenderla.
Decepcionadilla
por esto, decidí hacer una doble sesión como cuando era pequeña y fui al
estreno de “La librería” lo último
de Isabel Coixet. Y tampoco me convenció. Empieza con un toque que recuerda un poco
el ambiente de “Chocolat”,
pueblecito cerrado donde se instala una librería. En el pequeño pueblo están
reunidos todos los clichés del mundo. La viuda tímida y valiente, la niña
despejada y descarada, el misántropo que en el fondo es una buena persona y vive dentro de los libros, la mala
excelentemente vestida e impecablemente interpretada por Patricia Clarkson y el
aprovechado vividor, traidor y malísimo de la historia. Abusando de las pausas dramáticas, y
con personajes más planos que las extensas llanuras de La Mancha, casi me duermo. Lo
siento. Echo de menos a la directora de “Cosas
que nunca te dije”. Echo de menos los diálogos buenos que no necesitan frases que
parecen sacadas de una taza de Mr. Wonderful.
Y
termino hablando de cine con algo que sí recomiendo.
“En cuerpo y alma”. Película búlgara
de la directora Ildikó Enyedi. Con una deliciosa y atípica pareja protagonista
que se atreve a superar las dificultades y lucha por conseguir la felicidad,
que a veces es más sencilla de lo que parece. Un viaje por la soledad, el dolor y el amor. No voy a decir nada más. Hay que
verla.
También cabe en mi fin de semana muy cultural algo de música. Dentro de los conciertos del
festival Jazz Tardor de Lleida, ayer
asistí al de Wallace Roney. Un trompetista y su quinteto que me hizo viajar en
el tiempo y el espacio con una gran actuación en el “Café del Teatre”. Hay que mencionar la increíble interpretación
del jovencísimo saxo Emilio Modeste, oiremos hablar de este chico. Es difícil explicar lo que sientes cuando vas
a un concierto de jazz y lo disfrutas. Empieza con las primeras notas y vienen las mariposas al estómago, después sin darte cuenta, algunas sintonías rescatan
o descubren imágenes que a lo mejor tenías en tu cabeza o a lo mejor tu cabeza
acaba de inventarlas para ti. Y lo mejor de todo, cuando los músicos se sueltan
y tú te sueltas con la música y en tu mente las imágenes que veías son sustituidas
por notas que se transforman en colores, sobre todo en color azul. Es como un
gran final. Después la canción suele morir, y te sientes como si llegaras a la
orilla después de hacer una gran travesía nadando a mar abierto. Cansada y feliz.
Otra cosa que
me seduce es cuando veo a los músicos salir a escena sin partituras. Con la
valentía de empezar un viaje sin mapa y sin reserva de hotel para dormir. Y me
viene a la cabeza una frase que me decía un amigo que toca la batería, “ensayar
es de cobardes”.
Sé
que os esperaríais que pusiera una canción de jazz para cerrar el post, pero
también sé que nadie la va a escuchar, así que elijo una canción de una de las
películas que vi. Esta semana salid a escena sin partituras y sed valientes, pero sobre todo sed felices.
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