Una de las cosas que más me
gustan de preparar un viaje es ese estado de anticipación al placer. Los árabes
antiguos decían que el deseo era mucho más placentero que la consumación del
mismo. Pues este año sin más preparación que un google maps, me fui de viaje.
Teníamos la idea de ir a Francia y allí a ver donde nos llevaba el azar. Nos
llevó a Niza. Es una ciudad que cuando la nombras te vienen a la mente imágenes
de películas de los años 50 o 60. Grandes coches, Cary Grant y Grace Kelly
tomando un cóctel en el Negresco, mar azul y luz, mucha luz. Os adelanto ya,
que no me alojé en el Negresco, ni tomé ningún cóctel con Cary Grant. Pero
superado el trauma de entrar en Niza conduciendo un domingo por la tarde, sí
que me recibió la luz. Y jugando con el mediterráneo me regaló un placentero
atardecer con el mar teñido de plateado, que debería ser obligatorio en cada
atardecer que se precie.
Lo primero que os voy a
contar es que Niza tiene, por historia y proximidad, mucha influencia italiana.
Y eso lo notas cuando vas a comer y sólo encuentras pizzerías. Las cocinas “non-stop”
hasta la noche y los precios te recuerdan, por si lo has olvidado, cosa
difícil, que estas en territorio turista. Un consejo. En los restaurantes no
pidas agua embotellada. Te van a traer una jarra helada de agua del grifo
gratis, como debe ser. Y si no tienes mucho dinero, apúntate al “pinchet de vin”
que es el vino de la casa y suele ser bastante correcto a la par que económico.
Cosillas que hay que visitar. No fui al museo Chagall. Lo cambié por Matisse
que me gusta bastante más. Y lo disfruté mucho. Como seguro que no tendréis el
hotel al lado, coged un bus. Los billetes los podéis comprar al conductor. En mi
caminata cuesta arriba descubrí que: debo volver al gimnasio y que los ricos no
toman café. El Boulevard de Cimiez es una subidita bastante larga plagada de
mansiones que no salen a tomar el cortadito de media mañana o si acaso lo toman
en su jardín de muchos, muchos metros cuadrados. El museo Matisse es muy
recomendable y está pegadito a l’Arene de Cimiez unas ruinas romanas muy majas.
Mi museo favorito sin
embargo, fue el de Arte moderno. Cerquita de la Plaza Garibaldi. Donde descubrí
y me enamoré de Yves Klein y su obsesión por el azul. Hay más cosillas que
valen la pena. Subid a la terraza que os regala una vista panorámica de Niza
preciosa. En Niza hay que terracear, las distancias son bastante grandes, no
sabes porqué pero al llegar la noche te duelen los pies y es que a lo tonto has
andado más de 10 km.
Hay una línea de tranvía que
es muy útil y circula hasta bastante tarde. La parte más encantadora de Niza,
no da al mar. En las callejuelas peatonales llenas de pequeñas tiendas te
pierdes y te vuelves a encontrar. Y si tienes suerte te encuentras a ti mismo
mientras te estás buscando. Epiceries, perfumerías, hierbas de la Provenza,
jabones e incluso carnicerías se alternan con turistas y mesillas en la calle
donde descansar y tomar café.
Si sigues estas calles puede
que encuentres el mercado. O mejor dicho la zona donde se instala un mercado
diario, yo vi el de antigüedades y artesanía. Donde pregunté el precio de un
cuadro y disimulé mi desmayo al oír que valía 1800 euritos de nada. Muchos días
hay un mercado de flores, imagino que mucho más económico.
Hacemos un interruptus de
Niza y subimos a un tren para ir a Cannes. Si no vais a Cannes en crucero o
para el festival de cine os lo podéis saltar tan ricamente. Quizá por eso mucha
gente coge el tren y se van a Mónaco. Que la verdad es que no me llamaba demasiado.
Salimos de Niza y vamos
camino de Nîmes. Que al llegar parecía un pueblo feo. No es verdad. Está lleno
de rincones encantadores. Eso sí, el horario es mucho más europeo y hay que
estar alerta. Recomiendo que si vais a comer os fijéis en el “Plat du jour”. Es
una buena ocasión para probar la cocina francesa y despedirte de la pizza.
Nîmes también tiene
influencia de la cultura romana. Su “Aréne” un teatro muy bien conservado sigue
funcionando y allí se hacen conciertos y… corridas de toros. Y te explican
orgullosos, que gracias a esta milenaria tradición es una de las únicas (o la
única) plaza donde se puede matar al toro. Olé. La ciudad entera está llena de
referencias al arte taurino y te sonríen con cierta complicidad si oyen que
eres del país vecino. No me sentí muy cómoda con eso. Nîmes es romana, porque ellos fueron quienes ayudaron al
César a conquistar a los Galos. Todo muy bien explicado en la película que te
ponen en ªLa maison Carrée” que por fuera parece el Partenón. Y allí recordé
que yo soy muy fan de Astérix y odié un poco a los ancestros de Nîmes.
Me salto cosillas de mi
viaje. Pero no me voy sin deciros que la playa de Niza tiene piedras y es
incómoda del copón. No me extraña que los guiris disfruten en la costa dorada.
También mi agradecimiento especial a “Google Maps”, sin las indicaciones de la
señora borracha de mi teléfono igual no nos hubiéramos perdido tanto, pero
seguramente no hubiéramos vivido momentos que recuerdas y te ríes como ver Yaks
del Tibet cerca de Roignac y que un hidroavión juegue a recrear “Con la muerte
en los talones” con tu coche.
Nada más por hoy. Viajad que
abre la mente. Hablad un idioma que no dominéis y os sentiréis mucho mejor.
Probad el plato del día. Tratad de enviar una postal desde Francia y
conseguidlo en la Costa Brava. Oled las hierbas de la Provenza. Disfrutad de la
luz. Pero sobre todo, sed felices.
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