Termino el mes de Julio con este microrelato. Nos vemos en Agosto.
Muchas de las buenas historias que he leído empiezan con un viaje. Ésta no es una buena historia pero empieza igual.
El tren llega a la estación
con puntualidad británica. Mi maleta medio vacía pesa un montón. No me extraña,
el vacío que queda entre bragas y calcetines está lleno de esperanzas perdidas
y decisiones tomadas en el último momento. Y eso pesa mucho. En esta estación
no hay nadie más. Claro que son las 4.00 de la madrugada y la estación cierra
por las noches. El tren entra humeando como los trenes antiguos. Yo lo veo como el "Orient Express" pero puede que tu lo veas distinto. Suena un
silbido y se abren las puertas. Como si fueran automáticas. Nadie baja. Yo sí subo.
Se cierran detrás de mí y con un silbido más largo y cruel dejamos la estación desierta.
Miro a mis compañeros de viaje. Gente de todos los tiempos. De todos los sexos.
Incluso gente que no parece gente.
-
Yo solía vivir en un
bosque alemán. Dime que me reconoces.
La que habla tiene pinta de
bruja.
-
Tenía una casita
hecha de chocolate y azúcar.
-
¡Claro! Te comías a
los niños.
-
Vaya chorrada más
grande. Si tengo tanto chocolate como para construir una casa ¿por qué tendría
que comerme a un niño? Eso son cosas de los Grimm. Nunca me fié de esos
bibliotecarios venidos a más. Pero entonces ¿me recuerdas?
-
Vagamente. Creo que
era muy pequeña la última vez que me contaron la historia.
-
Que inconveniente.
Supongo que continuaré aquí un poco más.
Vuelve el silencio y
aprovecho para buscar un asiento. Un hombre me ayuda con el equipaje.
-
Pesa bastante.
¿Esperanzas perdidas y malas decisiones?
-
Casi. Decisiones
desesperadas. Aún no se si funcionaran o no. Pero ¿Cómo lo ha sabido?
-
Llevo mucho tiempo trabajando
en el tren. Sabría reconocer lo que hay dentro de un paquete por el peso y el
aroma. Lo suyo es fácil. Las esperanzas perdidas son la moneda que compra el
billete del tren. Así que todos las llevamos en la maleta. Aunque las malas
decisiones suelen oler a soledad y noches en vela. Por eso me he confundido.
-
Vaya… Y ¿Quién es
usted?
-
No podría decirle mi
nombre aunque lo supiera. Las reglas son las reglas.
-
No sé nada de
reglas.
-
Ya aprenderá. Si tiene
que quedarse. Si no, no importa. Voy a por un té. Si quiere unirse, más
adelante encontrará el vagón restaurante. Para cualquier pregunta silbe. ¿Sabe
silbar verdad? Junte los labios y sople.
El hombre desaparece y yo me
quedo pensando en la última frase. La he oído antes pero no recuerdo donde.
-
¡Oh! la dice Lauren
Bacall en una película. No se preocupe. Lo dice siempre. Yo no sigo las normas.
Me presentaré como se ha hecho toda la
vida. Soy el fantasma de Canterville. Llámame Simon. Sir Simon si te
sientes ceremoniosa.
-
Pero yo te recuerdo.
Mucha gente te recuerda. Hicieron películas de ti.
-
Pero nadie se ha
leído la historia desde que dejaron de ponerla como lectura obligatoria en el instituto.
- ¡Vaya!
-
Sé que no debería
estar aquí. Siempre creí que era famoso pero mi última aparición pública fue para un anuncio de quitamanchas allá por los años 70. Y naturalmente hay normas que no puedo saltarme. Hasta que alguien coja el
libro y lo lea entero no puedo bajar. Deja que te mire. Tú vienes de una
historia distinta. No, no me lo digas. No empieces a ser rebelde el primer día.
Estás de suerte, no es el peor vagón del tren. Aquí todos tenemos un poco más
de oportunidad. Sobre todo si algún productor compra los derechos. El cine y
las series ayudan a recordarnos. Y siempre hay alguien que va a la fuente y
compra el libro. Es entonces cuando salimos del tren.
-
¿Conoces a alguien
que haya salido?
-
Claro. La Dama del
lago. Y gracias a Dios porque era bastante insoportable. Resulta que añoraba la
humedad. Pero Camelot se puso de moda. Y salió. Sin despedirse. Desaparecieron tanto
ella como su equipaje. Que por cierto olía bastante mal.
-
A malas decisiones.
-
A eso mismo. Las que
tomamos cuando nadie nos recuerda. Y ella rebosaba soledad. Ya sé que el
mayordomo te ha ofrecido una infusión. Pero siéntate conmigo, tengo un irlandés
que nos hará cantar “Danny Boy” hasta caer dormidos. Y puede que adivine de que
historia vienes.
El tren sigue avanzando. La luna
juega en las ventanas y los acompaña. Este viaje pertenece a la noche. Y sigue
silbando aunque no pueda oírlo nadie. Lo que sí se oye es el canto de “Sir
Simon” animado por su interminable petaca de whisky. Los otros pasajeros
acostumbrados a las veladas irlandesas del viejo fantasma, miran por la ventana
al vacío y a la luna, la única que se atreve a romper el velo de la oscuridad.
Como imagino que estáis de
vacaciones no os voy a poner la canción de Danny Boy que tampoco hay que
deprimiros. Esta es la primera canción que he escuchado esta mañana cuando he
entrado en mi coche. Cosas del aleatorio. Sed felices.