lunes, 24 de julio de 2017

EL BOSQUE DE TINTA

Volvemos con los lunes de ficción. Y esta vez aunque acabo de escribir la historia, la tenía escrita en mi mente desde el viernes por la noche, mientras conducía detrás de un camión especialmente lento.


Cada día al levantarme siento el aroma del té de canela. Hace un año que estoy aquí. Más o menos. Es un poco difícil calcular el tiempo. He recorrido todos los caminos posibles. Conozco cada mancha de tinta y cada irregularidad del papel. Recuerdo perfectamente lo que estuve haciendo la noche antes de llegar. Era verano y estaba en la cama con la ventana abierta, la brisa de fuera era fresca y había un té humeante en la mesilla de noche. Té de canela. El aroma de la infusión me llevaba de viaje a desiertos bajo las estrellas. Y desperté aquí. En esta misma página. Conozco cada letra, cada palabra y cada frase de la página 27. Los primeros días me quedé a vivir en la palabra DESEO. La D me sirvió de refugio en las noches de viento, me divertí bajando la S como un enorme tobogán y pasaba las mañanas ordenando mis recuerdos en las estanterías de la E. Pero un día al ponerse el sol no sentí las cosquillas al bajar por el tobogán y eso era un inequívoco signo de que debía cambiar de sitio. Caminé un tiempo sin rumbo definido, al fin y al cabo, tenía un bosque de palabras a mi disposición. Caminaba y hablaba con lo que podía, los signos de puntuación eran más expresivos y me entretenían. También eran más transparentes que las palabras, éstas a veces estaban llenas de dobleces y segundas intenciones. Por las noches me dormía en los claros que quedaban en los puntos y aparte. Se estuvo bien allí hasta que llegó el otoño y empecé a oler las castañas y las hojas secas. Mi estación preferida pensé, es hora de buscar otro hogar. Me paré delante de la palabra ESPECTADOR. Era grande como una mansión y enseguida me sentí a gusto en ella. Es ese falso confort que te da mirar las cosas. En mi vida real siempre fui una gran observadora, pero evolucioné mal, evolucioné a simple espectadora. Aunque a pesar de saber que no era una buena decisión, pensé que no estaba mal pasar el otoño en un lugar conocido. Hasta que llegó la Navidad y supe que era hora de volver a casa. Se me plantearon varias preguntas ¿Cómo salgo? ¿Debo hacer algo? Normalmente en las historias debes conseguir una meta, solucionar un enigma o encontrar un tesoro para llegar al final. Pero yo estaba totalmente sola en un bosque de palabras. Una especie de Robinson rodeada de un mar de tinta. Los días de lluvia eran los peores, porque todo olía a miedo y las letras asustadas temían borrarse y desaparecer. “Debes leernos para recordarnos” me susurraban mientras dormía. Las palabras a veces exageran, sobre todo cuando está nublado o es de noche.
Pasé el invierno y la primavera de casa en casa, llegaba a una palabra maltrecha y la arreglaba hasta dejar todas sus paredes negras, brillantes y cargadas de buen humor. Pasé por BUTACA, PASIÓN, ROJO, NIEVE, AMANECER, BRILLANTE, VAINILLA y VIAJE. En todas dejé algo de mí, pero siempre salí ganando.
Desde hace unos días, estoy de verbo en verbo. Necesito movimiento y se comenta que ellos son los únicos capaces de sacarme de aquí.  


Os dejo seguir disfrutando del verano. La banda sonora hoy es de Nina Simone. Quien nos cuenta que no tiene nada pero tiene vida. ¿Y no es eso lo mejor de todo? Leed, vivid y sed felices.


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