Volvemos con los lunes de
ficción. Y esta vez aunque acabo de escribir la historia, la tenía escrita en mi
mente desde el viernes por la noche, mientras conducía detrás de un camión
especialmente lento.
Cada día al levantarme
siento el aroma del té de canela. Hace un año que estoy aquí. Más o menos. Es
un poco difícil calcular el tiempo. He recorrido todos los caminos posibles.
Conozco cada mancha de tinta y cada irregularidad del papel. Recuerdo
perfectamente lo que estuve haciendo la noche antes de llegar. Era verano y
estaba en la cama con la ventana abierta, la brisa de fuera era fresca y había
un té humeante en la mesilla de noche. Té de canela. El aroma de la infusión me
llevaba de viaje a desiertos bajo las estrellas. Y desperté aquí. En esta misma
página. Conozco cada letra, cada palabra y cada frase de la página 27. Los
primeros días me quedé a vivir en la palabra DESEO. La D me sirvió de refugio
en las noches de viento, me divertí bajando la S como un enorme tobogán y
pasaba las mañanas ordenando mis recuerdos en las estanterías de la E. Pero un
día al ponerse el sol no sentí las cosquillas al bajar por el tobogán y eso era
un inequívoco signo de que debía cambiar de sitio. Caminé un tiempo sin rumbo
definido, al fin y al cabo, tenía un bosque de palabras a mi disposición.
Caminaba y hablaba con lo que podía, los signos de puntuación eran más
expresivos y me entretenían. También eran más transparentes que las palabras,
éstas a veces estaban llenas de dobleces y segundas intenciones. Por las noches
me dormía en los claros que quedaban en los puntos y aparte. Se estuvo bien
allí hasta que llegó el otoño y empecé a oler las castañas y las hojas secas.
Mi estación preferida pensé, es hora de buscar otro hogar. Me paré delante de
la palabra ESPECTADOR. Era grande como una mansión y enseguida me sentí a gusto
en ella. Es ese falso confort que te da mirar las cosas. En mi vida real
siempre fui una gran observadora, pero evolucioné mal, evolucioné a simple espectadora.
Aunque a pesar de saber que no era una buena decisión, pensé que no estaba mal
pasar el otoño en un lugar conocido. Hasta que llegó la Navidad y supe que era
hora de volver a casa. Se me plantearon varias preguntas ¿Cómo salgo? ¿Debo
hacer algo? Normalmente en las historias debes conseguir una meta, solucionar
un enigma o encontrar un tesoro para llegar al final. Pero yo estaba totalmente
sola en un bosque de palabras. Una especie de Robinson rodeada de un mar de
tinta. Los días de lluvia eran los peores, porque todo olía a miedo y las letras
asustadas temían borrarse y desaparecer. “Debes leernos para recordarnos” me
susurraban mientras dormía. Las palabras a veces exageran, sobre todo cuando
está nublado o es de noche.
Pasé el invierno y la
primavera de casa en casa, llegaba a una palabra maltrecha y la arreglaba hasta
dejar todas sus paredes negras, brillantes y cargadas de buen humor. Pasé por
BUTACA, PASIÓN, ROJO, NIEVE, AMANECER, BRILLANTE, VAINILLA y VIAJE. En todas
dejé algo de mí, pero siempre salí ganando.
Desde hace unos días, estoy
de verbo en verbo. Necesito movimiento y se comenta que ellos son los únicos
capaces de sacarme de aquí.
Os dejo seguir disfrutando
del verano. La banda sonora hoy es de Nina Simone. Quien nos cuenta que no
tiene nada pero tiene vida. ¿Y no es eso lo mejor de todo? Leed, vivid y sed
felices.
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