Hoy no me concentro
demasiado. Creo que he pasado a un mundo paralelo donde la gente sólo habla del
frío. Estoy segura que detrás de toda esta charla fatalista, existe un código y
que en cuanto lo descifremos descubriremos un mensaje alienígena o el secreto
del sentido de la vida. No puede ser que todos los que me han hablado del
tiempo hoy lo hicieran en sentido literal. Me doy cuenta que conozco a gente muy
aburrida.
Parece que va a visitarnos
un fenómeno meteorológico al que han bautizado con el tranquilizador nombre de “Beast
from the East”. Para los más entendidos en el tiempo entre los que nos contamos
yo, los jubilados y los esquiadores, diré que se trata de una masa de aire
siberiano que cual furioso Atila hiela todo lo que encuentra y que parece que
va a chocar con una masa de aire caliente procedente del Atlántico. Y ahí es
donde llega la precipitación, la psicosis y los hombres del tiempo estresados.
El fantasma de la nieve en
zonas como mi casa donde no suele visitarnos (ni lo hará esta vez, lo siento
por mis alumnos que ya se imaginan en un paisaje de Dickens, o lo harían si
supieran quien es Dickens) es esperada con distintos ánimos. Esta mañana en la
barra del bar donde he tomado café creo que he oído la palabra “nieve” unas
3500 veces, más que menos. Veo pasar por la ventana a señoras cargadas con el
carro de la compra como si en lugar de precipitaciones viniera el apocalipsis
zombie. Incluso mi vecino antipático, en el ascensor me ha saludado y ha dicho,
parece que llegan nevadas. Sin buenos días ni nada.
Voy a sacar de la ecuación
las aceras que patinan, el frío, las carreteras congeladas y toda la realidad
de lo que pasará si llegara a nevar, y voy a analizar por qué nos atrae tanto
la nieve.
Primero, porque no estamos
acostumbrados. Y nos encanta lo exótico. La nieve sólo la vemos en las
películas americanas o en thrillers nórdicos. Segundo, ver nevar relaja. Sobre
todo desde una ventana y bajo una manta. Hay algo mágico e hipnótico en la
calma de verlo todo mientras se cubre de blanco. Después, el silencio. A veces
cuando termina de nevar, llega un momento de tranquilidad absoluta en que todo
parece encajar. Y más si es de noche. Creo que es un instante que si sabes
apreciar puedes ver que todo es posible.
Como veis, no es que no me
guste la nieve, de hecho me encanta, lo que pasa es que mi parte adulta, por un
instante práctico en incómodo, se ha comido a mi lado infantil e inocente. Y pienso
que es una pena. Escucho a los niños de mi clase y creo que no veo tanta
ilusión en sus miradas desde antes de las vacaciones de navidad. Es por eso que
a veces echo en falta ese estado de ánimo en que te alegras por absolutamente
todo. Como si en un copo de nieve cupiera toda la magia que necesita el mundo.
Mientras escribo esto tengo
las noticias de fondo, donde los criticadísimos hombres del tiempo insisten en
que una especie de apocalipsis meteorológico está a punto de llegar. Por mi
ventana brilla el sol. La verdad es que aquí podría insertar un emoticono de
esos con la mirada hacia arriba, pero me he dado cuenta de que no hace falta.
De momento es hora de
escapar a tomar un café y leer el periódico que hoy aún no he podido. Os dejo
hasta la próxima. Disfrutad de la nieve y el frío que queda poco para que
unamos nuestras voces contra el calor. O también podéis quejaros de todo, aquí
cada cual que disfrute a su manera. Os dejo con un video de esos cursis donde
un señor saca un piano y se pone a tocar en medio de la calle, la gente viene,
baila y vive un momento de absoluta alegría. Todos están de buen humor y la
canción es mala a la par de pegadiza. El chico que canta no lo hace ni bien ni
mal. ¿Por qué os pongo esta canción? Pues porque desde esta mañana que la he
oído en la radio, mi cerebro está repitiéndola sin descanso. He pensado que las penas compartidas son menos penas. Sed felices. Bajo la nieve.
Que bueno Sofía, me ha gustado mucho como has expresado lo de todos los días, si no es nieve, es tornado o 40ºC de calor. Ya no se habla de nada que no sea el tiempo creo por miedo a decir lo que realmente pensamos y porque nos hemos acostumbrado a hablar en las teclas. Una pena
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